En las últimas horas, trascendió que desde la jefatura de gabinete del gobierno nacional ya se asumió que la meta inflacionaria que el presidente del Banco Central (BCRA), Federico Sturzenegger, había fijado entre un 12 y un 17%, no podrá cumplirse.

Una vez que el Indec difundió el 2,6% para abril último, con un acumulado para el primer cuatrimestre del 9,1%, más la tendencia de arrastre para mayo y junio, quedó claro que -para poder cerrar a fin de año en el ansiado 17%- ya no alcanzaría con que en el segundo semestre los guarismos no superen el 1% mensual.

Prácticamente harían falta uno o dos meses de deflación, es decir, inflación negativa, algo que se registró durante algunos meses en el gobierno de Fernando de la Rúa.  Eran tiempos de recesión que habían comenzado antes de que Carlos Menem terminara su segundo mandato.

Sin entrar a detallar el desglose de cifras por sectores -ya que en la edición de mañana de Crónica se publicará un completo informe al respecto-, lo más preocupante para la mayoría de la población es que rubros muy sensibles como vivienda y servicios básicos, alimentos y bebidas e indumentaria acumulan porcentajes aún mayores que el índice promedio.

Esto, sumado a la inflación que ya hubo el año pasado y que distintas mediciones coinciden en que se ubicó en alrededor del 40%, da una dimensión de que, por ahora, el actual gobierno continúa lejos de domar el alza de los precios.

Y con respecto a 2016, debe recordarse que no bien había asumido el Ministerio de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay se despachó con el pronóstico -y el objetivo explícito- de que la inflación de ese año rondaría el 25%. Puede inferirse que el fracaso entonces para el año pasado fue de unos 15 puntos porcentuales.

Ahora en el gobierno manejan una pauta del 20% para este año. De lograrse, implicaría haber reducido el índice a la mitad de un año a otro. Técnicamente tal vez resulte valorable, pero la sensación en los bolsillos de la mayoría de los argentinos seguirá siendo negativa.